Kaixo vecinas y vecinos.
Soy el rio Arga y os escribo para
confesaros por qué derribé la presa de Santa Engracia y por qué no me parece que el ayuntamiento de esta gloriosa ciudad la
pretenda reconstruir.
Os recordaré que yo ya discurría por estos lugares millones
de años antes de que llegarais los humanos con esas ganas de dominar el mundo. Me
caísteis bien y la convivencia fue bastante buena durante siglos, siempre me ha
gustado sentir a la chavalería bañándose en mis pozas, escuchar las conversaciones
de las lavanderas y sentir la adrenalina de los pescadores. Dentro de lo que
cabe, me respetabais y yo podía seguir
siendo río.
Las cosas se fueron poniendo muy feas durante la segunda
mitad de vuestro siglo XX, me convertisteis en una cloaca, os empeñasteis en
dragar y estrechar mi cauce. Lo que casi me remata fue la construcción de las
presas de Sarría que me arrebataron los rápidos donde yo empezaba a respirar. Y lo que es peor, me disteis la espalda, os
fuisteis a bañar a las piscinas y nadie venía a visitarme a las orillas. Menos mal que hago mis terapias y me desbordo
saltando por encima de los diques para recordaros que el terreno inundado
también es de un río que sigue vivo. Os
confieso que esto de desbordarse me produce una gran alegría, algo parecido a lo que
sentís cuando os desbordáis en los Sanfermines, que bien que os oigo.
Afortunadamente, hasta en los peores momentos he mantenido
amistades, como la gente de Gares e Iruña que constituyeron Arga bizirik a
finales de los 70 y organizaron las bajadas de barcas por mis infectas aguas para
denunciar las agresiones a las que me veía sometido. Hoy mis amigos y amigas ya
son cuadrilla.
Por ellos me enteré de que en el año 2.000 se aprobó la
Directiva Marco del Agua. Al parecer no era yo el único rio maltratado, había toda
una epidemia europea de ríos enfermos. Desde aquel momento hay leyes que nos
defienden, aunque no siempre se cumplan y siga habiendo gente que quiere seguir
dragándonos y extrayendo todavía más
agua. Pero la situación ha mejorado
sensiblemente: depuráis parcialmente vuestra mierda antes de verterla en mi
cauce, me habéis vuelto a mirar desde el
paseo del Arga, me navegáis con barcas y piraguas y hasta la chavalería viene a
bañarse con sus gritos de alegría. Ya no me siento tan indefenso.
También me contaron que en otros ríos habían comenzado a derribar
presas que estaban en desuso, como muchas de las que soporto. Fue muy buena noticia, porque las presas son un sin vivir,
los ríos llevamos agua, pero también arrastramos piedras, nos gustan los
rápidos donde nos oxigenamos y no queremos que nuestros peces tengan
barreras. Para que os hagáis una idea, una
presa es como una embolia en
vuestras arterias.
Estuve con la ilusión de que me quitaran alguna presa, pero
ni por esas. Así que este invierno pasado, me tomé la justicia por mi mano y
abrí un boquete en la presa de Santa Engracia, con el convencimiento de que
estaba ahorrando recursos al erario público, ya que tarde o temprano tendrían que eliminarla. Por eso estoy muy
sorprendido de que el ayuntamiento de Iruña, lejos de reconocer mi labor, quiera levantarla de nuevo, dicen que provisionalmente,
pero me temo eso de “provisional para
siempre”. Lo hacen a petición del club
de remo, pero al parecer no han tenido en cuenta la opinión de los amigos de
los ríos.
No quiero terminar sin dedicar unas palabras a los remeros. Tengo que confesaros que el
deslizamiento de vuestros remos es una mezcla de caricias y cosquillas que
hacen estremecer mi sensualidad fluvial. Pero Santa Engracia no es el único
lugar para cortejarnos, quedan todavía muchas presas en la Cuenca de Pamplona con
buenas láminas de agua y si necesitáis espacios más amplios os ofrezco Belaskoain
en la cola de las presas de Sarría. Y fuera del río tenéis también las balsas de la Morea y de Zolina.
Sin más me despido, esperando el invierno, a ver si abro
otro boquete en la presa de San Pedro. Recibid un gran fluvioabrazo de vuestro
río, que os quiere,
el ARGA.
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