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2019/07/16

Por qué NO hay que limpiar los ríos y su gran debate



         Las lluvias de los últimos días y las riadas e inundaciones producidas en las que los daños económicos han sido grandes sobre todo en la zona de Tafalla con impresionantes campos anegados, carreteras cortadas y destrozadas, calles y parques llenos de agua, casas y bajos totalmente inundados, reaviva como en cada ocasión en la que esto ocurre un gran debate en torno al río. Una serie de imágenes en https://www.europapress.es/sociedad/noticia-inundaciones-tafalla-navarra-imagenes-videos-20190709123201.html.
¿Hay que limpiar los ríos? Nuestra opinión es clara. NO. El agua es un elemento imparable, incontrolable y en ocasiones impredecible…
Se trata de un tema sumamente importante y delicado, y al igual que nos afecta a nosotros, afecta a la flora y a la diferente fauna que vive en las orillas de nuestros ríos o en el mismo cauce del agua.
Por ello y toda la polémica que está saliendo a la luz estos últimos días en noticias, periódicos y declaraciones de políticos, vamos con algún articulillo de esos que hay en la red y que son muy interesantes con diversidad de opiniones, para que entréis un poco más en harina y conozcáis el conflicto.

- Dr Alfredo Ollero Ojeda (Profesor titular de Geografía Física de la Universidad de Zaragoza; Vocal del Centro Ibérico de Restauración Fluvial); http://www.fnca.eu/images/documentos/DOCUMENTOS/Por%20qu%C3%A9%20NO%20hay%20que%20limpiar%20los%20r%C3%ADos_AOLLERO%20ET%20AL.pdf
Una demanda recurrente. Cada vez que asistimos a la crecida de un río emergen las voces de los habitantes ribereños (alcaldes, agricultores y cualquier persona de la calle) reclamando la “limpieza” del cauce y asegurando, además sin ningún género de duda por su parte, que la inundación está siendo grave “por culpa de que el río no está limpio”.
Esta interpretación popular de los hechos, tan errónea como abrumadoramente unánime, resulta muy llamativa y se manifiesta en ríos grandes y pequeños y en cualquier rincón de la Península. Los medios de comunicación, además, no la ponen en duda, y constituyen un altavoz permanente de esta demanda.
La idea de que “hay que limpiar el río” está, por tanto, profundamente enraizada. Quizás provenga de esa mentalidad ancestral de tantas labores de manejo tradicionales, como eliminar la maleza y mantener “limpios” los bosques para que no se quemen. Quizás sea porque en el pasado los cauces se “limpiaban” con frecuencia y sin contemplaciones, sabiendo que no servía de nada, a modo de “actuación placebo”, pero se hacía para mantener callado y agradecido al personal y para ganar votos. En una encuesta reciente en Francia solo los mayores de 65 años siguen planteando esta medida para luchar contra las inundaciones (“es algo simbólico, la tradición, aunque no sea efectivo”). Quizás sea porque en España aún se sigue haciendo cuando se puede, es decir, cuando se pueden evitar o regatear las normativas ambientales. Así, los gestores públicos se acogen a los procedimientos de emergencia (sinónimo de ausencia de control ambiental) tras cada crecida para meter las máquinas “limpiadoras” en el río. Quizás sea que hay intereses económicos en estas prácticas, dinero público disponible para ello y fuerte presión desde las empresas del sector a los organismos de gestión. Quizás sea también porque es difícil para los afectados convivir con las inundaciones y se aferran al recurso de pedir, que es gratis, y si la “limpieza” se aprueba saben que no les va a costar un euro.


Sea cual sea la causa, no hay crecida en la que no se demande la “limpieza del río”, incluso con mayor intensidad que otras típicas frases recurrentes como “si no fuera por los embalses esto habría sido una catástrofe”, “qué pena, cuánta agua se va a perder en el mar” o “vamos a eludir las trabas ambientales para ayudaros”, pronunciadas sin rubor por políticos y gestores de turno.
El tinglado está montado así. Y, desde luego, las aseveraciones de los científicos contra estas malas prácticas poco o nada se tienen en cuenta.
¿En qué consiste realmente limpiar un río? Habría que poner siempre “limpiar” entre comillas, porque es una expresión inexacta aunque sea tan tradicional. Realmente limpiar es eliminar lo que está sucio, por lo que en este caso este verbo debería restringirse a eliminar la basura (residuos de procedencia humana) que pueda haber en los ríos.
Pero cuando se pide “limpiar un río” no se pretende liberarlo de basuras, sino eliminar sedimentos, vegetación viva y madera muerta, es decir, elementos naturales del propio río. Se demanda, en definitiva, agrandar la sección del cauce y reducir su rugosidad para que el agua circule en mayor volumen sin desbordarse y a mayor velocidad. Este es uno de los objetivos de la ingeniería tradicional, por lo que hay abundante teoría y experiencia al respecto, y se basa en una visión del río muy primaria y obsoleta, simplemente como conducto y como enemigo, en absoluto se contempla como el sistema natural diverso y complejo que realmente es.
Técnicamente, por tanto, “limpiar” es intentar aumentar la sección de desagüe y suavizar sus paredes o perímetro mojado, es decir, dragar y arrancar la vegetación. Y para ello se destruye el cauce, porque se modifica su morfología construida por el propio río, se rompe el equilibrio hidromorfológico longitudinal, transversal y vertical, se eliminan sedimentos, que constituyen un elemento clave del ecosistema fluvial, se elimina vegetación viva, que está ejerciendo unas funciones de regulación en el funcionamiento del río, se extrae madera muerta, que también tiene una función fundamental en los procesos geomorfológicos y ecológicos, y se aniquilan muchos seres vivos, directamente o al destruir sus hábitats. En definitiva, el río sufre un daño enorme, denunciable de acuerdo con diferentes directivas europeas y legislación estatal.
Estas prácticas se realizan con maquinaria pesada, sin vigilancia ambiental, sin información pública y sin procedimiento de impacto ambiental. En nuestro país siguen siendo muy generalizadas y constituyen una de las principales causas de deterioro de nuestros valiosos ecosistemas fluviales. Por poner un ejemplo, en 2005 (época de “vacas gordas”), se “limpiaron”, es decir, se destruyeron salvajemente, 150 km de cauces solo en la pequeña cuenca del río Arba (provincia de Zaragoza), invirtiendo mucho dinero para el que en aquel momento no supieron encontrar un mejor destino. Hoy algunos de esos cauces masacrados no han podido recuperarse todavía, pero otros sí lo han hecho, presentando de nuevo un aspecto afortunadamente bastante natural, por lo que si ahora hubiera dinero podrían ser objeto de una nueva e inútil actuación de “limpieza”.
Una acción inútil y contraproducente. Los daños geomorfológicos y ecológicos provocados por las “limpiezas” fluviales son enormes y justifican por sí mismos que estas prácticas deberían estar radicalmente prohibidas. Pero es que, además, son acciones que en nada benefician al medio socioeconómico, a aquéllos que las demandan.
En primer lugar las “limpiezas” son inútiles, ya que en el siguiente episodio de aguas altas o de crecida el río volverá a acumular materiales en las mismas zonas “limpiadas”, recuperando en buena medida una morfología muy próxima a la original. Si se draga el cauce, en las primeras horas de la siguiente crecida sedimentos movilizados rellenarán los huecos. Si solo se piensa a corto plazo, a unos meses vista, sí puede que se haya ganado una poca capacidad de desagüe. Pensemos que en grandes ríos eliminar una capa de gravas de su lecho aumenta mínimamente la sección de la corriente desbordada, es un efecto despreciable. En el río Ebro, si se dragara rebajando 1 metro el fondo del lecho en el cauce menor, para una crecida de 2000 m3/s y teniendo en cuenta el campo de velocidades, tan solo bajaría el nivel de la corriente unos 8 centímetros en la misma sección dragada. A medio y largo plazo la inversión no habrá valido la pena y si se quiere mantener dicha capacidad de desagüe habrá que seguir “limpiando” una y otra vez. Tras la pequeña crecida de 2010 se dragó el Ebro en varios puntos (126000 m3) y hoy durante la crecida del Ebro de enero de 2013 se está pidiendo insistentemente que se vuelvan a dragar los mismos puntos. “Limpiar” el río es tirar el dinero, es un despilfarro que no puede admitirse en estos tiempos. Y no cabe ya ninguna duda de que dragar cauces y arreglar las defensas tras cada crecida cuesta más dinero que indemnizar las pérdidas agrarias.
En segundo lugar las “limpiezas” son contraproducentes, ya que pueden provocar numerosos efectos secundarios muy negativos. Los solicitantes van cada vez más lejos y llegan a demandar “limpiezas integrales” de ríos enteros para evitar cualquier inundación, dragados profundos del cauce en toda regla. Los efectos, tanto si se ejecutaran estos dragados como si se practicaran “limpiezas” locales repetidas sobre un mismo tramo, serían rápidos e implacables: erosión remontante, incisión o encajamiento del lecho, irregularización de los fondos, descenso del freático (con graves consecuencias sobre la vegetación y sobre el abastecimiento desde pozos), descalzamiento de puentes, escolleras y otras estructuras, muy probables colapsos si el sustrato presenta simas bajo la capa aluvial, etc. En suma, los daños pueden ser mucho más costosos que los bienes que se trataba de defender con la “limpieza”.
La falsa percepción de que el cauce se eleva. En algunos tramos fluviales se demandan “limpiezas” porque consideran que está elevándose el cauce. Generalmente esos procesos de acreción o elevación del lecho por acumulación sedimentaria no son ciertos. Sí pueden crecer en altura algunas barras sedimentarias, que se consolidan con la colonización vegetal. Pero son crecimientos locales que el río compensa en la propia sección transversal, es decir, si crece una barra (adosada a la orilla o en forma de isla) la corriente se hace paso profundizando en el lecho al lado de la barra, con lo que la capacidad de desagüe sigue siendo la misma.



En ríos de llanura los ribereños afirman, para justificar las demandas de “limpieza”, que con crecidas pequeñas cada vez se inundan más campos. Esto no se debe a la supuesta elevación del cauce, sino al hecho, constatado por ejemplo en el curso medio del Ebro, de que se inundan terrenos muy alejados del cauce por la presión del agua desde el freático. Esto es causado por contar con defensas en ambas márgenes que comprimen el flujo y lo inyectan con fuerza a las capas subterráneas, de manera que la crecida se expande antes hacia los laterales bajo el suelo que en superficie. Este proceso es más intenso cuanto más lenta sea la crecida y encontramos aquí uno de los múltiples problemas generados por la regulación. En los grandes ríos se juega ahora tanto con la gestión de los embalses de sus subcuencas que se deforman totalmente las crecidas naturales, de manera que para evitar que coincidan las puntas de cada afluente se termina generando una crecida con la menor punta posible (para evitar daños en poblaciones) pero, en consecuencia, muy larga en el tiempo, tardando varios días en pasar esos caudales, lo cual es mucho más perjudicial para la agricultura. Pues bien, estas crecidas tan lentas recargan los acuíferos aluviales con gran eficacia, generando estas cada vez más frecuentes inundaciones freáticas de amplias extensiones.
Por la misma causa antrópica, en casos puntuales y muy locales, y siempre en tramos regulados y defendidos, el cauce sí puede crecer ligeramente por acumulación de materiales. Se debe a que se ha constreñido el río con las defensas y a que la regulación de caudales impide la correcta movilidad y transporte de los sedimentos. Hay que reflexionar, por tanto: si se quieren mantener los actuales sistemas de defensa con diques longitudinales habrá que aceptar ciertas consecuencias, como que la carga sedimentaria no pueda expandirse en la llanura de inundación y se mantenga dentro del cauce. Y si se quiere tener embalses reguladores, cada vez más y mayores, habrá que aceptar la abundante vegetación que favorecen en los cauces aguas abajo. En suma, si hubiera más crecidas naturales la vegetación crecería menos y los sedimentos se clasificarían mejor, y si retiráramos las motas se distribuirían más los sedimentos lateralmente. Pero la propia invasión humana del espacio del río y el empeño por regular y controlar los caudales han sido las causas de que los cauces estén en permanente ajuste frente a los impactos que sufren y presenten unas características que hoy se consideran negativas cuando llegan los procesos de inundación.
La limpieza la hace el río. Y es que son precisamente las crecidas fluviales los mecanismos que tiene el río para “limpiar” periódicamente su propio cauce. Y el río lo hace bien, mucho mejor que nosotros, tiene centenares de miles de años de experiencia. El sistema fluvial es un sistema de transporte y de regulación. El cauce sirve para transportar agua, sedimentos y seres vivos, y con su propia morfología diseñada por sí mismo, y con la ayuda de la vegetación de ribera, es capaz de auto-regular sus excesos, sus crecidas. Este sistema natural es mucho mejor y más eficiente que el que hemos creado con los embalses y las defensas. Deberíamos intentar imitarlo dando mayor espacio al río y regulándolo menos, dejándole cuantas más crecidas mejor. Todo lo contrario de lo que se está haciendo con la chapuza de las “limpiezas”.
Las crecidas distribuyen y clasifican los sedimentos y ordenan la vegetación, la colocan en bandas. Esto sí que es realmente limpiar, renovar el cauce. También lo limpian de especies invasoras y de poblaciones excesivas de determinadas especies, como las algas que han proliferado en los últimos años en tantos cauces. Cuantas más crecidas disfruten, mejor estarán nuestros ríos.
Sí que podemos ayudar al río en sus labores de limpieza, simplemente retirando basuras del cauce residuo por residuo, manualmente, sin emplear maquinaria, o bien retirar madera muerta de puentes o represas donde haya quedado retenida y pueda incrementar el riesgo, reubicando esa madera en el interior de bosques de ribera para que siga cumpliendo su función en el ecosistema fluvial. Estas sí serían buenas prácticas de limpieza y mantenimiento.
Vamos a ver si por fin se entra en razón, se dejan de demandar “limpiezas”, se piensa un poco más en cómo funciona un río y en qué se puede hacer para gestionarlo mejor, y se buscan soluciones civilizadas frente a las inundaciones, soluciones no de fuerza contra el río, sino de ordenación del territorio, como indica la directiva europea de inundaciones. Hay que mirar más allá del corto plazo, porque inundaciones va a seguir habiendo, las habrá siempre, y las zonas inundables, por definición, se inundan y se inundarán siempre.
Conclusión final. La “limpieza” es una actuación destructiva del cauce que no sirve para reducir los riesgos de inundación y que puede originar graves consecuencias tanto en el medio natural como en los usos humanos del espacio fluvial. Es necesaria una labor continua de concienciación y educación para conseguir que las sociedades ribereñas renuncien a este tipo de acciones y promuevan mecanismos alternativos de gestión y convivencia con el riesgo.

Ha llegado a mis manos un razonado e inteligente artículo publicado en el Boletín del CIREF por el Dr. Alfredo Ollero Ojeda, Profesor de Geografía física de la Universidad de Zaragoza y vocal del Centro ibérico de Restauración Fluvial.
Y lo he leído con enorme interés, dada su actualidad y sesuda elaboración. La obra pública ha desaparecido en España y sus artífices o están retirados en sus cuarteles de invierno o han emigrado muy lejos o se dedican a otros menesteres más productivos. Como coach y profesional de obras públicas, el artículo me hace reflexionar y emitir mi feed-back directo: me llega rigidez, creencia limitante. Estoy seguro que aún quedan lectores profesionales de la obra pública que podrán recoger el guante lanzado por el autor en aspectos relacionados con la hidrología (ciencia tan aludida por muchos como poco comprendida por algunos), con la gestión de avenidas y con tantos otros menesteres de la ingeniería que ingenieros habrá que sepan defender y justificar, ante el descrédito y ludibrio al que está siendo sometida la profesión en estos tiempos tan agitados para todo y para todos. No voy a entrar en ellos, que doctores tiene la iglesia y yo no soy ni clérigo ni doctor.
El epígrafe de este post, intenta dar una visión complementaria al título de su aportación para enfocar el tema desde otro punto de vista, con el único objetivo de que todos los que los lean, puedan tener una visión más completa de la problemática tratada y por ello más rica para construir su opinión al respecto.
Y la doy desde mi perspectiva, la de un modesto ingenierete de a pie, nada experto, que sigue aprendiendo todavía y que aprendió bastante en su juventud en el día a dacia de su trabajo de lo que significa el río para los ribereños, para los que viven y trabajan en, cerca de y a veces bajo sus aguas y por ello lo consideran recurso indispensable, patrimonio inalienable, riesgo incierto y elemento de convivencia.
Porque el río es país, paisaje y paisanaje (no olvidéis nunca la importancia de esta última palabra en el conjunto).
Me baso en mis vivencias de décadas pisando el río y tratando con sus vecinos cercanos pues no tengo experiencia en la Academia, solo en el campo. Y las concreto en una foto que tomé en el río Calders en 1994, tras una avenida extraordinaria que supuso unas consecuencias de gran alcance para los abastecimientos de los municipios ribereños, derribó dos puentes e invadió terrenos agrícolas y urbanos, acabando con la vida de una persona que “pasaba por allí” y se acercó a fotografiar la imponente manifestación de la fuerza de la naturaleza desatada, siendo arrastrado por la ola que le fascinaba.
 
 
Enfatizo el “para qué”, soslayo el “por qué”. ¿Para qué limpiar el río? La acepción que Ollero emplea para explicar lo que significa limpiar es una de las muchas que señala la RAE, la de quitar la suciedad. Yo añado otra, también definida por ese diccionario:
Hacer que un lugar quede libre de lo que es perjudicial en él.
Y complemento (que no anulo), su inteligente visión con la mía, aclarando de entrada que la actuación en un cauce o en una ribera que yo defiendo no es la de masacrar con maquinaria pesada todo lo que estorba, sobresale o molesta, sino la de liberar de lo que es perjudicial para alguien o algo, con técnicas respetuosas con lo que se debe respetar: el patrimonio de todos, entendiendo que también la vida y los bienes públicos o privados de los seres humanos son patrimonio de algunos y de todos. Es factible, es posible y es caro. Nada más.
¿Para qué limpiar un río?… para liberarnos de lo que es perjudicial (solo de eso) para los ribereños y los no ribereños. ¿Quién define lo que es perjudicial?. Ni la academia, ni la administración: la sociedad. Y la avenida del Calders, les (nos) perjudicó.
Vean la foto: esa vegetación leñosa derribó puentes carreteros y ferroviarios, taponó los drenajes longitudinales y transversales, luego alteró las comunicaciones, lo que repercute enormemente en la calidad de vida y en los presupuestos generales. Arrasó plantas potabilizadoras, luego dejó sin recurso de boca de calidad a miles de personas. Destrozó depuradoras, captaciones de agua de ribera, pozos de abastecimiento… instalaciones que solo pueden estar en zona inundable. ¿Podemos prescindir de los puentes, potabilizadoras, depuradoras, captaciones, sistemas de saneamiento, pozos, ya ejecutados que no son adecuados para permitir la alterada respiración de la corriente en episodios terribles pero puntuales? ¿Podemos pagar la construcción de miles de pequeños puentes de mayor sección, algunos ya incluidos en la relación de bienes patrimoniales por su antigüedad?
Mientras encontramos respuesta algo inteligible para la sociedad que sufraga en palabras de Torán, me parece que la única opción es la de seguir “limpiando” cauces, eso sí, de manera inteligente, selectiva, respetuosa con el medio y cara. Como nos limpiamos el cuerpo, el alma, la casa, la ciudad y el cerebro, porque no se puede vivir sin limpiar.
No he sabido encontrar en el artículo de Ollero ninguna mención especifica a estos temas que cito, ni sé si las soluciones que plantea resolverán el problema que yo he vivido cuando he tenido que trabajar a pie de río después de una riada en pequeños municipios afectados por ella.
Su mención dudosa a la beneficiosa capacidad de laminación de los grandes embalses bien gestionados, la entiendo como hecha desde una perspectiva de guardián del territorio, de rígido protector del río y su ecosistema, como una creencia limitante. Y aquí, yo, que también lo soy modestamente, sin títulos académicos rimbombantes, a mi manera, introduzco la distinción “y”-“o”. Es difícil entender hoy en día que solo se mencione al río como un elemento ajeno, separado e independiente de todo lo que le rodea. Esta sería la visión parcial del “O río o urbanización humana-agricultura intensiva”.
Defiendo una postura más abierta, más flexible: Río “y” ocupación del territorio están condenados a coexistir, porque ya no es posible separarlos. Lo hecho, hecho está y es carísimo de remover. Hay que convivir con ello, nos guste o no. La ocupación, salvaje o no, del territorio la tenemos con nosotros, debemos convivir con ella, mejorando lo posible, adaptándonos a los riesgos de todo tipo que conlleva.



Conclusión. La no limpieza (en la acepción que yo le doy) del cauce es una actuación destructiva de las instalaciones básicas de abastecimiento, saneamiento, drenaje y comunicación cercanas al cauce, que puede originar graves consecuencias en ellas, en las personas que de ellas se sirven y en la sociedad en su conjunto. Es necesario flexibilizar las posturas, aportando soluciones que tiendan a la adaptación a la situación existente y respeten la coexistencia de la urbanización y el espacio fluvial, tanto donde se solapan ya de forma irreversible, como donde aún no se han solapado. En este último caso, me sumo la conclusión escrita en su artículo por el Dr. Ollero. Desde la flexibilidad, todo es posible, con la rigidez es muy difícil salir de la rigidez inútil de la queja perenne e inocua y avanzar hacia el consenso.

Tras este artículo, vamos con otro, este algo más concreto sobre la mota del Ebro…
El ser humano cuando se encuentra sin respuestas ante lo desconocido suele recurrir a argumentos tan simples como absurdos. Un ejemplo de ello lo estamos viviendo con las crecidas del Ebro a su paso por La Rioja.
Para alguien que lleve casi un mes sin poder pisar su parcela agrícola (como me pasa a mí) porque está inundada por las aguas del Ebro, las explicaciones que voy a dar es posible que no le convenzan…Puede en ese caso dejar la lógica aplastante a un lado, olvidarse del sentido común y optar por buscar otras respuestas en la rumorología, la religión…En la mitología o en la desinformación. El consuelo irracional está al alcance de cada uno de nosotros, sólo hace falta creérselo.
Si el Ebro ha desbordado sus defensas anegando cientos y miles de hectáreas no es porque su cauce esté con “más o menos gravas”. No es porque lleve más o menos años sin “limpiarse”…Ni porque en algunos puntos se localicen más o menos islas con vegetación.
Tampoco se ha desbordado porque los “ecologistas” tengan en casa un mando teledirigido para generar crecidas, ni mucho menos porque la opinión de estos colectivos conservacionistas sea tenida en cuenta para definir la política hidráulica, ya que muy al contrario, la administración nunca ha hecho caso de lo que digan los ecologistas sobre la gestión de los ríos y sus riberas. ¡Cuánto mejor nos iría de habérselo hecho!.
Tampoco es cierto, ni mucho menos, que la Confederación Hidrográfica de Ebro suelte agua de los embalses para que las inundaciones afecten a determinados territorios y no a otros… Como si para proteger el Pilar de Zaragoza permitieran la inundación de la huerta calahorrana.  Las cosas no funcionan así.
El agua de los pantanos la sueltan (o la retienen) con la mejor voluntad y como única solución, porque cuando en una botella de dos litros de capacidad entran dos litros de agua, ya no cabe más. Ni tan siquiera una gota. Es una cuestión de física.
Del mismo modo que es una cuestión de pura física el hecho de que un cauce que en su máxima capacidad puede permitir el paso de 700 m3 por segundo, no puede soportar más, y cuando llegan 1400 o 2000 m3, el cauce revienta…O el agua se desborda… O todo se inunda… O se mana al otro lado. No hay más alternativas. Es de cajón de madera.
Fue la Confederación Hidrográfica del Ebro (en una política de gestión demostradamente errónea) quien decidió hace cuarenta años construir unas murallas a ambos lados del río (denominadas motas, mazones, caballones o defensas), que no son capaces de contener ni tan siquiera la tercera parte del caudal que estos días ha bajado por el Ebro. Habrá que aseverar que dicha política es un fracaso; que se falló estrepitosamente cuando se decidió construir los mazones del Ebro tan pegados a su cauce en la mayor parte de su recorrido, dejando al río encorsetado y comprimido en un intento por aprovechar hasta el último palmo de tierra cultivable colindante al río.
Es la contrastada avaricia humana. La misma que siempre termina por romper el saco en todas las facetas de nuestra existencia.
El río más caudaloso de la Península Ibérica (el Ebro) se dejó constreñido en un cauce de poco más de 100 metros de anchura en muchos tramos, pretendiendo transformar una llanura aluvial de inundación de cientos y miles de hectáreas en un irrisorio canal de desagüe con aspecto de canalera.
Grave error menospreciar la fuerza del Ebro, porque cuando concurren circunstancia favorables como las que se han dado este inicio de 2015; lluvias copiosas y constantes, unidas a grandes nevadas en cabecera que se derriten posteriormente con las lluvias y temperaturas primaverales, nada se puede hacer. No hay quién lo sujete, y esa mixtura de precipitaciones y temperaturas no deja de ser una situación climatológica nada anormal por otra parte.
Ante la evidencia de la realidad, lo que no se puede hacer es esconder la cabeza como el avestruz y ver la pajita en el ojo ajeno y no la descomunal viga en el propio. Mucho menos pretender que el desbordamiento que ha convertido Alfaro en un océano sea consecuencia de unas toneladas de gravas en una u otra curva. No señores, para nada.
Las inundaciones y sus consecuencias son responsabilidad directa de una nefasta gestión a base de defensas (mazones) que propician una fuerte velocidad en el río, lo que supone mayores daños cuando las defensas ceden o se socavan. Unas defensas o mazones, que no impiden la inundación por capilaridad de bastas extensiones de terreno (sin necesidad de que se sobren), ya que es imposible evitar que la capa freática ascienda en consonancia con el cauce del río, con el agravante de que la defensa o mazón, (cuando este nivel baja en el propio cauce) impide la rápida retirada de las aguas de los cultivos, sometiendo a los mismos a largos días de inundación, que pueden suponer la muerte por asfixia de los sistemas radiculares de algunas plantaciones de frutales y cultivos leñosos. Los mazones se convierten en estos casos en trampas mortales para muchos cultivos.
Si nos contentamos con los cantos de sirenas de los Gobiernos de Navarra, La Rioja y Aragón solicitando a la Confederación Hidrográfica del Ebro una limpieza urgente de gravas en el Ebro, nos estaremos conformando con que nos llamen “bobos” en la cara.
Retirar gravas de aquí y de allá, talar los árboles de las riberas…Dejar el cauce del Ebro como un canal ni se puede ni se va a hacer, pero lo peor es que aunque se hiciese no serviría de nada. Tan sólo sería útil para dilapidar millones y más millones de euros públicos, los mismos que la Confederación Hidrográfica del Ebro gasta año tras año de forma absurda en mantener su demostrado error; en mantener unas defensas que no sólo no solucionan el problema sino que lo acentúan.
Con todo el dinero tirado en las últimas décadas reparando mazones, indemnizando y reconstruyendo infraestructuras dañadas se podrían haber comprado todas las tierras colindantes al cauce y crear zonas de inundación controlada… Y sobraría dinero.
Llegados a este punto cabe preguntarse si existe alguna solución a este dilema. Preguntarse si realmente por quitar gravas un canal de 100 metros de ancho por siete metros de alto va a pasar a desalojar 2000 m3 por segundo. ¿Este mar que ven en la fotografía de hoy mismo en Alfaro cabe por un canal? ¿Es cierto que por limpiar el cauce el aumento de la capa freática va a dejar de inundar por capilaridad cientos de hectáreas?. ¿No es un “engañabobos” la pretensión de que por eliminar gravas y árboles las defensas van a dejar de sobrepasarse y resquebrajarse cuando baje el doble (o el triple) del caudal que estructuralmente pueden soportar?
¿Hay soluciones a este problema?… Por supuesto. Remedios hay para todo y situaciones similares se han solucionado en países del norte de Europa. Tenemos técnicos muy preparados y bien pagados en las administraciones públicas para proponer soluciones técnicas, que no van a ser baratas, pero tampoco es barato el destrozo y las pérdidas económicas de una situación que en algunas zonas de La Rioja (como Alfaro) es endémica y recurrente.
Que se pongan a pensar y que los dejen trabajar.
¿Todo este agua la pueden sujetar dentro del cauce las defensas actuales del Ebro?…. Es sencillamente imposible.

Ya veis... Tema muy interesante, complejo y delicado, pero que parece claro, a pesar de que muchos sean los sectores y las personas que se opongan a ello y vean al río de diferente manera...