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2018/12/22

Fauna del Arga y sus afluentes; aves III, las estivales

Con la primavera, vienen especies típicas de verano desde las zonas más calurosas de África que llegan hasta nuestras latitudes porque las temperaturas son más suaves y templadas. Aquí, aprovechan para criar, y una vez con la tarea hecha, vuelven a sus lugares de origen para pasar el resto del año.
La más simpática y escuchada pero muy poco visible es el autillo, el búho más pequeño de la Península y que podemos escuchar cantando de noche. De día descansa posado en los árboles, y debido a su mimetismo con la corteza, pasa totalmente desapercibido para todo tipo de personas, pero de noche, da buenas sinfonías en cualquier lugar del río con un canto inconfundible muy fácil de detectar por las orillas. 

Autillo en el paseo fluvial del Arga
Entre las más difíciles de disfrutar porque son muy inquietas y no paran de volar, están tres especies muy parecidas como son el vencejo común, el avión común y la famosa golondrina. Las tres son muy rápidas y difíciles de diferenciar si no se tiene idea. El vencejo es el más rápido y oscuro, y se le puede reconocer por tener un estridente chillido que suelta cuando vuela; el avión y la golondrina poseen vuelos algo más lentos, y son de colores blancuzcos y azulados; en muchas ocasiones estas dos especies crían en aleros de edificios y esa es la mejor ocasión para verlas, ya que construyen con barro y en forma de cuenco unos nidos que todos hemos visto alguna vez. 

Aviones en sus nidos
Todos sabemos que en verano con las altas temperaturas proliferan los mosquitos, y eso bien lo saben también las aves, entre las que aparecen devoradoras de este tipo de insectos, como son los papamoscas representados en dos especies diferentes; el papamoscas gris y el papamoscas cerrojillo, al igual que diferentes mosquiteros como el mosquitero ibérico o el mosquitero musical, o colirrojos reales, que dependiendo del año, veremos en diferentes densidades por las orillas del Arga, en busca de alimento junto a los anteriores citados vencejos, aviones y golondrinas. 

Papamoscas cerrojillo, en una mañana primaveral en Iruña
Entre las más esquivas y a la vez más coloridas vienen las oropéndolas, aves del tamaño de una paloma pero de colores amarillos muy llamativos. A pesar de ello, son muy difíciles de ver, ya que siempre andan entre los árboles. 


Macho de oropéndola, llamativo por sus intensos colores amarillos
También aparecen otras especies de aves muy curiosas, como es la abubilla, que se le puede ver en jardines picoteando con su largo pico en el suelo y que de vez en cuando levanta su típica cresta, o el torcecuellos, de la familia de los pájaros carpinteros, que tiene un plumaje que parece realizado de escamas, y que para defenderse de peligros gira su cuello y su cabeza simulando ser una culebra, acción, que le da el nombre.
Las rapaces no son menos y también hacen aparición. A pesar de que no son muy habituales, varias especies usan el río Arga de corredor y campean en busca de alimento. Son el milano negro, el aguililla calzada y la culebrera europea.
Igualmente se escuchan los ruiseñores comunes, que siempre andarán entre la vegetación de la orilla escondiéndose y en las zonas de carrizo podremos ver carriceros comunes, carriceros tordales y carricerines comunes, aves de colores pardos siempre cerca de juncos y vegetación espesa donde encuentren cobijo.
Y muy interesante son las cigüeñas, de las que aún cría una pareja en la zona de la Magdalena, junto al río Arga en una torreta de alta tensión. Pareja que año tras año saca a varios polluelos en la capital pamplonesa.

Uno de los mienbros de la pareja de la Magdalena
Como podéis ver son muchas las especies “veraneantes” que nos visitan de vacaciones, pero tendremos que estar muy atentos para poder observarlas, ya que en esta época del año tanto árboles como arbustos tienen gran cantidad de hojas y es complicado dar con ellas.

2018/12/12

Flora I; El bosque de ribera

Navarra es una tierra de bosques. Puede parecer insólito mientras paseamos por el casco o los ensanches, pero en nuestra comunidad, cada rincón, cada pequeña esquina tiene un tipo de bosque asignado. Algunos son muy conocidos y valorados, otros no tanto, pero sin duda el que menos lo está es el bosque de ribera.
El bosque de ribera, también llamado en ocasiones bosque galería, es un bosque muy especial. Los demás están ligados a unas condiciones climáticas determinadas, pero el de ribera no. En cambio, lo está a unas condiciones geográficas y topográficas: a la presencia de agua, en cursos o en surgencias. Y es que debemos saber que el primer compuesto que actúa como factor limitante en el crecimiento vegetal es el agua. Convivir en su cercanía garantiza mayor suministro y por más tiempo que el procedente solamente de las lluvias o deshielos.

Vegetación en el Arga
Otra característica del bosque de ribera es su composición. Habitualmente, el bosque en nuestro entorno lo forma una única especie dominante. Ella cubre casi todo el territorio y las demás se mantienen en los terrenos marginales. El bosque de ribera, en cambio, tiene un grupo variopinto y numeroso de especies que lo conforman. Otra de las características de estas especies viene dada por su ciclo vital. Son, en general, especies de crecimiento rápido, de cortos periodos de vida (muchas no suelen pasar de los 200 años). La consecuencia es que su madera es suave, ligera, poco duradera, con lo que usualmente está poco valorada y despojada de la condición de madera “noble”. Pero la mayor desgracia de este bosque está en su ubicación. El bosque de ribera se encuentra a la orilla de los ríos, en la cercanía de la presencia del agua, con todo lo que ello conlleva para la agricultura y los asentamientos humanos. El resultado es que, al ubicarse muchas veces en terrenos llanos, con suelos profundos y húmedos, ocupa los lugares más idóneos para la agricultura. Por eso, muchas veces se ve relegado a una triste y mísera hilera de árboles, normalmente chopos, cuando no se cortan directamente, por eso de las limpiezas de los ríos y las sombras a las fincas. La funesta consecuencia es que, la mayoría de las veces, el río se ahoga en un carrizal que lo tapa todo contenido y constreñido por unas laderas descarnadas, que con el menor golpe de agua se caen por su propia inestabilidad. La petición inmediata es pedir un dragado y una canalización, y si se puede, encerrar el cauce en un sarcófago de cemento o en un tubo, que el agua fuera de la hora del riego estorba.

La zona de Aranzadi es donde mejor vegetación podemos encontrar a lo largo del Arga en Pamplona
Sin embargo, el desconocimiento que tenemos sobre él, es tan grande que ignoramos todas las ventajas que nos aporta. Podemos hacer un pequeño enunciado:
Para empezar, los árboles del bosque de ribera, tienen un sistema de raíces potente y muy desarrollado, lo que permite que sean una primera barrera física de mantenimiento del propio cauce.
Proporciona sombra al cauce en verano, cuando el río lleva menos caudal, lo que disminuye la temperatura del agua, muy importante para mantener el nivel de oxígeno, y dificulta la evaporación, lo que ocasionaría una mayor disminución del volumen del agua.
Su sistema radical, condiciona que el río se contenga dentro del cauce en los momentos de mayor bravura. Con ello se mantienen los taludes sin necesidad de recurrir a “planes de mejora”.
Sirve de freno y de retén del agua en los periodos de máxima avenida, con lo que se pueden mitigar las repercusiones que estas llegan a ocasionar.
Generan un filtro para limitar la llegada de sedimentos, tóxicos, aguas de escorrentía y otros elementos poco deseables al río; ya que la propia disposición de la vegetación y sus raíces dificulta el acceso de la escorrentía al cauce. La consecuencia es que los sedimentos y otros productos y sustancias quedan retenidos por al disminuir su velocidad, que además repercute en que las subidas de nivel del agua son menos inmediatas y disminuyen su turbidez.
Amplifican la función de recarga de los acuíferos subterráneos. Con su potente sistema radical, permiten que el agua de la lluvia se infiltre más fácilmente, con lo que se recargan tanto desde las precipitaciones, como del mismo cauce.
El gran crecimiento de los árboles, sombrea parte del cauce, lo que limita el crecimiento de plantas de grandes dimensiones que podrían cubrir la propia rivera.
Generan un microclima más suave y húmedo. En él, plantas con grandes exigencias de humedad pueden llegar mucho más al sur que en otro tipo de terreno. Además, las temperaturas en su interior no son tan extremas, con lo que permiten que otras que viven en territorios más suaves puedan colonizar regiones más frías o cálidas.
Esto produce una gran diversidad de flora, lo que se traduce en grandes oportunidades para la fauna, lo que propicia tres grandes repercusiones en ella: el bosque de ribera como espacio de residencia, como lugar de cobijo temporal y como corredor biológico (también asimilable a plantas y otros tipos de organismos). El uso de corredor es de vital importancia para interconectar distintas poblaciones desperdigadas en un área, en lo que se llama “desfragmentación” de hábitats, uno de los mayores riesgos de extinción a nivel global.

Representación de un bosque de ribera. Esta foto se tomó el 2018-11-04 en una serie de isletas y playas del Arga bajo la presa de Ciganda. Puede apreciarse la vegetación escalonada, cerca del agua plantas semejantes a eneas en su mismo borde y sauces arbustivos (también se ve un chopo joven) para pasar a medida que nos alejamos del cauce a un fresno y otros chopos más altos. En general, el bosque de ribera tiene una alta productividad y un aspecto de vegetación “infranqueable”.
Y como colofón, pero no menos importante, su valor, paisajístico, recreativo y cultural, dónde se mezclan los valores naturales con el factor humano, ese paisaje de connotaciones fresco y arbolado que tanto relaja los sentidos y la mente.
El bosque de ribera es, sobre todo, una entidad especialmente dinámica, más que otras comunidades florísticas. En él, hay un marcado componente en relación a la distancia al agua y el acceso a la humedad, que varía desde la vegetación sumergida hasta el límite donde se funde con el bosque colindante. En esta transición se producen “terrenos marginales”, donde los dos bosques se imbrican y sus características no están del todo claras. Un mar de oportunidades para las plantas de ambos ambientes y alguna más que comparten esta “tierra de nadie” lo que acrecienta, aún más, la riqueza y el interés de estas áreas.
Y... ¿Qué especies podemos encontrarnos?
Los sauces. Pertenecen al género Salix, hay como una docena de especies nativas de Navarra, aunque no todas viven en nuestra ciudad. En su mayoría son pequeños arbolitos o arbustos, con algunas especies de porte arbóreo. Conforman las primeras líneas de vegetación desde el curso de agua.

El sauce blanco, Salix alba es el mayor entre nuestros sauces autóctonos. Puede identificarse por sus largas hojas sencillas. Los sauces en general, son los primeros que se encuentran en la misma orilla del cauce del río. Es uno de sus árboles más representativos.
Los chopos, álamos, … conforman el género Populus. Son árboles de interés maderero como maderas blandas y ligeras, por eso, hay varios tipos y variedades cultivadas, muchas veces, precisamente, en las zonas que corresponderían a este bosque. Suelen hibridarse con lo que su determinación puede ser complicada. Son las copas más altas que tiene este bosque, y en muchas ocasiones son los componentes de esas hileras de árboles que siguen los cauces. En ocasiones se plantan choperas en las zonas de este bosque, pero no nos engañemos, se trata de un cultivo, no de un bosque en sí mismo.

El chopo común, (Populus nigra) junto con sus híbridos es uno de los que más fácil se encuentran en estos bosques, además es muy frecuente su cultivo.
El álamo blanco, Populus alba, puede reconocerse fácilmente por su corteza lisa y blanca y por sus hojas, con su parte superior verde claro brillante, y la inferior blanca pelosa. Es única en la orilla del río en nuestra ciudad.
El aliso. (Alnus glutinosa) en nuestra tierra es un género con un solo representante. También conforma las primeras líneas de árboles. Tiene la notoriedad de que es uno de los pocos árboles que mediante bacterias simbiontes abona la tierra convirtiendo el nitrógeno atmosférico en nitrato y amonios asimilables para otras plantas.

 El aliso, Alnus glutinosa, es uno d ellos árboles más representativos del bosque de ribera. Vive muy cercano a la línea del agua. Se identifica por su hoja “rugosa”, simple, de borde ondulado y es muy típico que le “falte” la punta.
Estos tres grupos tienen una serie de patrones comunes, ya que son la base fundamental del bosque ribereño, son árboles de crecimiento rápido, colonizan terrenos abiertos ya que crecen a plena luz, forman las raíces que conforman las orillas, sus maderas son blandas, ligeras y en general poco duraderas, rebrotan fácilmente desde la raíz, son la comida favorita de los castores…
Un poco más adentro podemos encontrarnos con otras especies:
Los fresnos. (Fraxinus) dos especies comparten nuestras riberas, el fresno del norte (Fraxinus excelsior) y el mediterráneo (F. angustifolius) En el barrio es más abundante el primero como ejemplares de gran porte, pero suele estar plantado, mientras que el segundo es más abundante, pero con ejemplares jóvenes y silvestres. Gusta estar cerca de los ríos y no es extraño que crezca al mismo borde del agua. Su madera se ha usado para mangos de herramientas por su compromiso entre su dureza, ligereza y flexibilidad. Su hoja se ha usado, y mucho, como forraje para el ganado, considerándose de una de las de mejor calidad.

El fresno mediterráneo, Fraxinus angustifolius, es un árbol de gran porte, de hojas compuestas y yemas marrones, que lo distingue de F. excelsior por las yemas negras y sus hojas más gruesas. Es uno de los árboles más representativos del bosque de ribera.
Los olmos (Ulmus) son otros habitantes del bosque de ribera. Son, como los fresnos, árboles de crecimiento más lento que los chopos o alisos (esto es relativo, pues con la humedad las plantas tienen crecimientos acelerados) y su madera se ha considerado como dura y resistente, sobre todo en condiciones de mucha humedad, ya que eran habituales en los ingenios hidráulicos. En nuestro caso hay dos especies naturales autóctonas principales como son el olmo montano, (Ulmus glabra) y el olmo menor (Ulmus minor), aunque ya no tienen grandes grosores como tuvieron antaño, por la llegada de la grafiosis, un hongo que les ataca y que es transportado por un insecto (Ips) el cual se ve atraído por los árboles de gran porte.

El olmo menor, Ulmus minor, es otro de los árboles de gran porte. Se identifica porque sus hojas tienen una base asimétrica que no llega a tapar el peciolo que la une a la rama.
 Los tilos (Tilia) son otros habitantes de estos bosques de ribera. Contamos con otras dos especies de tilos El tilo silvestre (Tilia cordata) y el tilo común o de hoja ancha (Tilia platyphyllos), aunque en las riberas también han sido plantados con valor ornamental. Son de crecimiento rápido y que desarrollan copas grandes y globosas. Su madera es blanda y poco pesada. De sus flores se hace la famosa infusión tranquilizante.

El tilo silvestre (Tilia cordata) es un árbol de grandes dimensiones. Puede identificarse por sus flores y frutos “colgados” , de un “ala”, sus hojas redondeadas con forma acorazonada, que termina en una punta. Son pelosas por su parte de abajo. Su corteza lisa y gris también es muy representativa.
Para concluir, la riqueza del bosque de ribera es sorprendente, como lo es de igual manera, el desconocimiento que tenemos de él y el ansia de su destrucción en búsqueda de la “limpieza de los ríos” para evitar las inundaciones, ya que, a fin de cuentas, ellos “saben” muy bien que es lo que hay que hacer cuando llegan, mientras que nuestra cultura se limita a ocupar su lugar esperando “milagros” como que no ocurren.
Tenemos que darnos cuenta de que debemos permitir que el bosque de ribera ocupe su espacio y dejar que el Arga fluya para recuperar la naturalización de sus orillas.